Monday, September 1, 2014

Escrito Proyecto 2


Su mente estaba cambiando, pero los cambios eran tan lentos y tan imperceptibles que no se daba cuenta de ellos.

A veces, aquellas vibraciones volvían y le estremecían hasta que quedaba paralizado en el suelo, pero de cada vez eran menos frecuentes.

Por las noches, empezó a soñar con Helen.

Sueños lúcidos.

Dejaba atrás su cuerpo y su consciencia se trasladaba, directamente, en una especie de teletransportación instantanea, al cuarto de la joven. Era una acción más fácil que pestañear.
Luego se pasaba largo tiempo acariciando, con manos invisibles, sus cabellos rubios y rizados, que caían como cascadas de oro, entre las sábanas. Su respiración acompasada le inundaba todo su ser en una luz aurea.

Luego se posaba sobre ella, como una hoja que cae, lentamente, de un árbol, y, cerrando los ojos, se dejaba inundar por esa luz que de ella emanaba. Sus sentidos se abrían a ella, como flores, recibiéndola en toda su plenitud. Sus risas exageradas y luminosas. Sus correteos. Su energía. El latido frenético de su corazón mientras se emocionaba por algo. Sus bailes improvisados. Sus enfados repentinos, como tormentas de verano que descargan su furia con toda su fuerza. Toda esa energía irrefrenable se introducía dentro de él y, cuando eso ocurría, la abrazaba con tanta felicidad que podía haber movido, solamente con la fuerza de su voluntad, galaxias y universos enteros.

Y, justo cuando sentía que estaba lleno de su esencia, justo en ese momento de éxtasis, un desasosiego insondable le agarraba por el cuello y tiraba de él, devolviéndolo a su cuerpo con violencia, sin compasión.




Wednesday, August 27, 2014

Escrito Proyecto

Lo primero que hizo al caer de la bicicleta fue mirarse las manos.

No sentía ni el escozor ni la palpitación de las magulladuras que se habían producido en su brazo y en su pierna derechos al rasparse contra el suelo pedregoso salpicado de hierba. Solamente se miraba las manos, sumergido en un remolino de sentimientos que le hacían sentir nauseas. Pero éstas tampoco le importaban.

Eran aquellas manos rosadas, pequeñas y de piel sedosa lo que le había hecho perder la noción del tiempo y del espacio. No existía en el universo nada más que aquellas manos y las líneas de sus palmas que, como ríos fecundos, surcaban su piel, recorriéndola en todas direcciones. Eran unas líneas delgadas, mucho más que sus manos originales, y también mucho más gráciles en su sinuoso movimiento.

Eran unas manos de niño.

Como si obedecieran a una orden que no pudo escuchar, aquellas manos, de repente, empezaron a vibrar. Todo comenzó con una leve vibración en cada una de las puntas de sus dedos que, rápidamente, se extendió por el resto de ellos y por la superficie de sus manos, como si del efecto de una campana se tratara. ¡Zuuuummmm! De las manos pasó a lo largo de sus brazos, de sus brazos a los hombros, de los hombros al cuello y a los oídos hasta, finalmente, desembocar en el cerebro.

Todo su cuerpo vibraba.














Thursday, August 14, 2014

Escrito 16: Roca i murada


De cada vegada
m'és més difícil recordar-te.

Com en un tren, allunyant-me
i, mirant per la finestra,
vegent la darrera resplendor
del teu temple d'or
sobre la montanya.

M'enlluerna l'oblit
que ja m'impedeix plorar:
me fa mal als ulls;
i el meu cor és una roca
amb uns pocs trencs.

Darrera la murada que vaig alçar
a vegades hi guaiten els gegants
que, amb rostres terribles, bramen:
"Traiciones la memòria
d'aquell a qui més vas estimar!"

De cada vegada
ets més irreal:
els teus gestos
la teva veu
les teves abraçades
són com aquells miralls
que tot ho distorsionen.

Si només pogués tornar
a sentir el més efímer instant
del teu olor, de la teva veu
i del teu tacte rugós
com un bosc vell i sabi...

Podria tornar a plorar-te
riuades de llàgrimes
trencant la roca
i la murada.






Escrito 15: Perseida


Perdido en el laberinto
frío, vacío, sin Minotauro
que estremezca mis miedos
que azuce mi bravura.

De repente un estallido
de luz
y un hilo rojizo
como el pelo
de una irlandesa.

Y se transforma
en una Perseida
rodeada de fuego,
y, gozoso, me monto en ella
alumbrando el cielo
por un instante.

Ya no hay laberinto
ya no hay hilo
solamente un bello haz de luz
en el firmamento
y el deseo de algún niño.

Fugaz, etéreo
flamígero y efímero.
¡Ay, si pudiera vivir
dentro de este instante!




Escrito 14: Viento solar


No sé de velas
de crepitar
ni de brisas
encendiendo brasas.

Soy estallido
de fuego,
el viento solar
que lame un espacio
vacío.

Siempre buscando la pureza
la campana de un templo
perdido entre la tierra 
y el cielo.

El sudor frío 
de lo efímero.





Monday, June 9, 2014

Escrito 13


Hoy los libros de astronomía
arden en la Gran Hoguera.
Y doce espirales de humo
abrazan el firmamento.

Borrón y cuenta nueva.

Ambos, abrazados,
contamos las estrellas,
y, de doce en doce,
creamos nuevas constelaciones.

Mis ojos refulgen en Vega
y los tuyos en Altair.

Sin esperar al Tanabata
desafiamos la Via Lactea
con las manos entrelazadas
riendo a carcajadas.


Sunday, June 8, 2014

Escrito 12


Llega de nuevo la primavera
y, haga lo que haga,
sé que ya no te podré ignorar.

A cada lado de mi camino
once cerezos en flor se alzan
arremolinándose sus hojas rosadas
alrededor de mi cuerpo.

Remolinos de viento.

Y me aprisionan, sin piedad
entre la alegría y la angustia.

La cruz de mi pecho ha cicatrizado
pero me sigue doliendo.
Como si el deseo estuviera conspirando
contra las defensas de mi cuerpo.

Te abalanzas sobre mi y me abrazas
y el latido de tu corazón con el mío
crean la percusión
de una danza ancestral
solamente para ti y para mi.

Tus dos coletas rubias se mecen
como un navío embravecido
y tus ojos son verdes mariposas
que, por fin libres, me miran y guían
mi corazón hacia misteriosos mares.

En el parque de infancia
ya no hay columpios ni toboganes,
sino grillos que cantan alrededor
de un lecho de flores
nido de amantes.



Escrito 11


Diez primaveras han pasado
sobre tu piel
habitada por diez cerezos
que siguen floreciendo.

La vida es un parque de infancia
repleta de columpios y toboganes:
yo me columpio entre anhelos y miedos
y tu te lanzas, decidida,
desde el tobogán hasta mi corazón.

En esta historia
no hay Humberts ni Lolitas.

En esta historia tú lloras
cada vez que te doy la espalda
aterrado por esa cruz de sangre
que se dibuja en mi pecho.

En esta historia no comprendes
el murmullo de las mariposas
que anhelan ser liberadas
de la jaula de tu estómago.

En esta historia tu te abrazas al cojín de la cama
cada vez que vuelves a casa
imaginando el calor de mis abrazos
con diez espinas clavadas en el corazón.

¿Por qué me estará evitando? - te preguntas.

Y no, no entiendes nada.

Escrito 10


Voy de menos a más
acelerando sin darme cuenta
la melena al viento
y el océano penetrando mi piel.

Una huida hacia adelante.

Mi coche no está alimentado
de gasolina
sino de litros de recuerdos
que quemo, reconvertidos
en velocidad.

Apurando las curvas
me interno en lo Desconocido
mientras el verano me acaricia
las mejillas, enrojecidas por la adrenalina.

Quiero ir más allá
incluso más allá de dónde se encuentran
tierra y mar
quemando remansos de paz
en esta huida repleta de valor
pertinaz.



Escrito 9


El mundo está saturado de caminos.
Caminos, Caminos, Caminos.

Pero la vida no es un camino.

Es un viajero sin brújula
un caballero sin caballo
un mercader sin carro
y una Odisea sin Odiseo.

Es un amor prohibido
es la miel en los labios
la locura desatada
y las lágrimas regando un poema
junto al rasgar del laúd.

Es una posada, una espada
una historia junto al fuego.
Es incertidumbre, miedo
y el valor de defender.

La vida no es una línea recta
es una espiral
sin principio ni final
en la qué uno se cae y se alza
en la qué uno se pierde y se encuentra.








Escrito 8


Yo no quiero construir
torres altas con mi nombre tallado
ni quiero tomar ni dejar prestado
ni quiero encadenar ni estar encadenado.

Amar es suficiente.

Yo no quiero mirar al Sol
como Akhenaton, hasta quedarme ciego
ni quiero borrar el nombre de un Faraón
que hizo construir su templo.

Amar es suficiente.

Quiero imaginar futuros
unir mi consciencia con ellos
en una red que trasciende
el espacio-tiempo.

Amar es suficiente.

Con los arietes de mis sueños
tiro abajo las puertas que me definen
(hay tantas que no las puedo contar)
Y yo soy Yo, al fin.
Y entra la luz, y colores nuevos.

Amar es suficiente






Escrito 7

Siempre las mismas caras
la misma oscuridad
los mismos hilos
y la misma luz.

Hilos que son los mismos
que apenan se mueven
en el telar.
Hilos que tejen
la misma tela que luego
sola se desteje.

No hay soledad más terrible
que la del Oráculo.

Jamás seré hilo de telar
ni las callosas manos
que lo manipulan.

Hoy enciendo una hoguera
con el trípode del Oráculo
y el fuego refulge, libre y salvaje,
iluminando el mundo de misterios
en el qué me sumerjo.



Escrito 6

Se agotan las palabras
bajo la tierra ajada de los dos
ya no llueve ni lloverá más
ya solo cabe excavar
nuestro Santuario en la Roca.

Abrazados, excarvamos
con nuestras propias manos
desafiando la física
ignorando las cruces que unos ángeles
nos clavan en la espalda.

(entre risitas despiadadas)

Días, años o siglos
han pasado y, sin ceder a nada,
una gran sala bajo la Roca
hemos torneado.

Y, en el techo, un agujero
hemos abierto.

Y allí en medio, en silencio
nos tumbamos
a corazón abierto
dejando que la luz de la Luna
y de las estrellas
penetren y recaigan,
sobre ellos.




Escrito 5

Dónde está el germen
de esas leyendas que palpitan?
Dónde está aquel lago
del qué bebían mis firmamentos?

Dónde están tantas
continuaciones, tantos finales
que se quedaron en tierra
de nadie?

Cómo puedo matar
tanto cinismo
y tanta risa rota
encumbrada por el desdén?

Preguntas lanzadas
en un avión de papel
volando
hacia ningún lado.


Tuesday, May 27, 2014

Escrito 1.1


La luz trémula de una tarde sangrienta se escapaba por la ventana. Sí, parecía tener su origen en el interior de la casa en vez de provenir del agitado Sol que se hundía en el horizonte. Sí, el agitado Sol. A muchos poetas y escritores les gusta describir un atardecer como algo que se muere, como algo que deja atrás un día luminoso que jamás volverá. Como una desaparición. Como algo que conlleva infortunio.

Pero la noche es el comienzo. Todo surgió de la noche: la vida, las estrellas, las galaxias y el universo. La palabra y la canción. Las dudas, el amor, los miedos. Todo proviene de la noche y del vientre caliente y misterioso de las tinieblas. La noche es para los inquietos, para los que vibran, para los músicos. Para el que actúa, para quien se desvive en el escenario.

Loth había depositado un fajo de papeles informes sobre la mesa, papeles que solamente llevaba durante la primera clase, para dar a los padres la impresión (impresión equivocada, a todas luces) de qué se trataba de un profesor serio y profesional. La habitación era grande y amueblada con excesivo lujo, abarrotada de todo tipo de objetos traídos de todas las partes del mundo, dispuestos de forma caótica y artificial, más como una exposición o un museo, que como formando parte del alma del hogar.

En un rincón se hallaba dispuesto un piano de pared que, obviamente, también formaba parte de la decoración. Seguramente un mercader se lo había regalado al cabeza de familia, otro mercader adinerado. Entre ellos, como señal de confianza y protección, se obsequiaban todo tipo de objetos, fueran o no de su agrado. Loth, de naturaleza nerviosa e inquieta, tuvo la tentación de levantarse y ponerse a tocar aquel piano para, así, desenpolvarlo de su aburrimiento y de su estatismo eterno. Un instrumento que no se toca es como un bosque sin vida, un bosque sin trinos, sin insectos. Como una sabana sin herbívoros ni depredadores.

Bah, hasta las comparaciones le salían mal. No había nada que le fastidiara más que un alumno llegara tarde, fuera de la familia que fuera, aunque normalmente esto solía ocurrir con más frecuencia entre las familias más pudientes. En casas más modestas, los padres se encargaban que el niño no perdiera un solo instante, para que así aprovechara el tiempo de la forma más productiva posible: el tiempo es dinero. Una frase horrorosa, pero cierta. Cuando se tiene dinero, uno puede comprar hasta el tiempo. Hasta el tiempo tiene un precio.

Y, por fin, se escuchó una tormenta tras la puerta.

-¡Que si mamá, que ya lo sé! ¡Que me dejes en paz, joder!

-¡Te he dicho que te pongas el vestido! ¿Ves normal presentarte así delante del profesor?

-¡Me da igual! ¡Yo no quería hacer clases! ¡No las necesito, gilipollas!

Mmh, interesante. Una cachorrita a la que amaestrar. Uno de los retos que más le gustaban, sin lugar a dudas. Ya ni recordaba aquellos días en qué, cuando se dedicaba a vender su espada a algún noble, venía una de aquellas niñas gritonas y maleducadas y entorpecía las negociaciones con sus aspavientos y sus lloriqueos. Las había odiado con todo su ser. No obstante, fue empezar con su discutible vocación de profesor, y pasar a adorar a aquellas criaturas. ¿Que cuando se había producido aquel cambio? Había sido algo gradual y, a la vez, repentino. Difícil de explicar, sin duda.

La niña entró, como un rabioso tábano, en el interior de la habitación pegando un sonoro portazo y, sin ni siquiera saludarle, se dirigió a la silla junto a la suya y se sentó en ella, haciendo pucheros y con los brazos en cruz. Aún ni le había dirigido la mirada. Un penetrante perfume a sudor, muy endulzado y enturbiado por las mareas del odio y la rabia sin límites de los críos le invadió los pulmones al instante, quedándose aferrados a ellos, dejándolo casi sin respiración.

-¡Venga! ¿A qué esperas? ¡Dame la clase! -gritó, sin aún observarle.

Pero él permaneció en silencio y decidió observarla de reojo, mientras simulaba remover los papeles de forma distraída, con tranquilidad, como si no la hubiera escuchado.
En lo primero que se fijó fue en sus pies. Sí, siempre los pies. Por los pies empieza el encanto femenino y luego se extiende al resto de su ser.
Tenía unos pies pequeños y níveos, bien proporcionados, con los dedos que formaban una escala perfecta, con una levísima curva hacia el interior. En aquellos instantes se hallaban en gran tensión, un pie sobre otro, moviéndolos con agitación. Eran unos pies preciosos. Luego su mirada ascendió hacia sus torneadas y suavizadas piernas, como de algodón, terminando en una falda de cuadros que escondía lo segundo más importante después de los pies. Finalmente, su evaluación terminó en sus cabellos, sus hermosísimos cabellos de color dorado, en bucles salvajes, mal peinados, que le caían sobre la estrecha espalda.

-¡¿Qué pasa, estás sordo o qué, viejo?!

En aquel instante, Loth supo que le llegaba el momento de contraatacar. O, mejor dicho, de atacar de forma despiadada a aquel corderito con piel de lobo. Hay ciertas cosas que hay que dejar claras desde buen principio, ciertas cosas que la naturaleza, que es sabia, dicta.

-Mira, mocosa - acercó la silla hacia ella y, sin previo aviso, se abalanzó sobre ella, como si fuera a devorarla - Vamos a dejar un par de cosas claras. A mi tus padres me pagan y, mientras lo hagan, me la resbala lo que quieras hacer con la hora que te doy - con sus grandes ojos negros la miró, fijamente y a poca distancia de su rostro. La niña no tardó mucho en empezar a pestañear, nerviosa, sus pupilas hinchadas por la sorpresa. Tenía unos ojos azules que parecían dos océanos vastos, con una vida abundante y trémula, de olas rizadas y gigantescas. Pero, a la vez, vacíos y sin música que les acompañara - Soy el único que conoce la lengua de Ort en esa mierda de ciudad, así que, por mucho que insistas, no me van a echar. Así que si prefieres que no te dé clase, mejor para mi. Menos trabajo. Ah, y otra cosa - la niña, sin fuerzas ya para aguantarle su potente y salvaje mirada, tenía los ojos clavados en el suelo, el ceño fruncido y los pómulos encendidos como dos brasas - A partir de ahora yo soy quién mando aquí dentro, te guste o no te guste.

La presencia de la cría, hasta aquel momento huracanada y terrible, se había menguado hasta solamente ser la sombra de la sombra de sí misma. Estuvo a punto de sentir lástima por ella pero, justo cuando se dio cuenta que aquel sentimiento le invadía, lo atajó y lo arrancó de raíz. Sabía que, con esas crías, lo último que había que tener era lástima ni empatía.
La niña parecía haber perdido el habla y, alrededor de los ojos, empezaban a asomar lágrimas que eran una mezcla de impotencia, rabia y un amago de fascinación que, a Loth, nunca le pasaba inadvertido. Desde siempre las chicas jóvenes y las niñas habían sentido esa fascinación hacia él. A pesar de tener 30 años, aparentaba mucha menos edad. Sus rasgos eran suaves, equilibrados y agradables a la vista. En definitiva, aniñados e inocentes; pero con el añadido que su mandíbula era bastante prominente, dándole así el toque de adulto que le daba un aire masculino importante, que llegaba a imponer. Era el típico rostro de príncipe de cuento que aparecía dibujado en los cuentos que esas niñas leían sin parar, soñando que alguien las salvara de su hastío diario en casa.

Hasta hace poco, aquellos rasgos le habían traído muchos problemas. Durante su época de mercenario, las hijas y las nietas de los señores y nobles que le contrataban, no dejaban, sin apenas excepciones, de acosarle y de buscar su compañía, ya fuera de forma abiertamente sexual, o de una forma más afectiva, como si en él vieran la figura de un hermano mayor o de un padre atractivo con quién poder fantasear. Aquello siempre le había molestado y había rehuído de todo ello como si de la peste se tratara. A él solo le habían interesado las mujeres maduras, y mucho más si pertenecían a alguna familia pudiente, puesto que así recibía agasajos y regalos por doquier.
Pero todo empezó a cambiar varios meses atrás, cuando comenzó su andadura como profesor de la lengua de Ort.

Había aprendido a apreciar a aquellas criaturitas.
Había aprendido a convivir con esa fascinación que sentían por él.

-¿Qué? ¿Ahora eres tu la que se ha quedado muda? - siguió achuchándola, sin variar un àpice su rocosa y dura expresión - A partir de ahora me llamas "Maestro Lothor". ¿Entendido? - le levantó la barbilla con su robusta mano, obligándola a mirarle a los ojos.

-En...entendido - susurró, entre dientes y lágrimas. Sus dos preciosos pies ya se habían depositado sobre el suelo, como dos pesos muertos, sin fuerzas, derrotados.

-No te he oído bien.

-¡Entendido, joder! - se zafó de su dominación, echándose hacia atrás, tratando de recomponer una rebeldía que se hayaba reducida ya a añicos. Sus manos temblorosas agarraban la falda, tirándola hacia abajo con fuerza, como si tratara de evitar que alguien o algo se introdujera bajo ella, violándola. Se sentía ultrajada y eso le gustaba especialmente. Era la reacción esperada.

-A tus padres les podrás hablar como te de la gana, mocosa - volvió a la carga, otra vez echándose encima de ella - Pero la próxima vez que digas una palabrota en mi presencia, me voy a poner tu lengua de corbata. ¿Me has entendido? Y, cuando me respondas...¡Maestro Lothor! - espetó, con la máscara de profesor-demonio.

La niña empezó a llorar, impotente y desconsolada. Y no era para menos. Seguramente sus anteriores profesores habían sido todos unos peleles que, con tal de no hacer enfadar a la niña ricachona, le habían permitido todas esas actitudes maleducadas. Pero él, no solamente no era un pelele, sino que no tenía nada que perder. Echaba de menos su espada y su laúd, y no le gustaba perder el tiempo. De hecho, lo detestaba.

-¡En...entendido maestro Lothor! - replicó, entre sollozos.

-Bien.

-¡Se lo voy a decir a papá! - gritó, con el orgullo herido y la desesperación atenazándole el cuello - ¡A mi nadie me trata así, nadie!

-Oh, adelante - le contestó, con una sonrisa de oreja a oreja, encogiéndose de hombros.

Al escuchar el tono relajado y aterciopelado de su voz, la niña se vio desarmada. Sus manos agarraban aún con más fuerza los bordes de su falda, pero sus pies seguían en reposo sobre le suelo de madera, derrotados. Estaba temblando de rabia y de puro odio primario. Loth no pudo evitar abrir aún más su sonrisa, mientras el silencio se iba espesando paulatinamente, junto con las nubes negras de la tormenta que se habían vuelto a incrementar.

-¡Eres una mala persona! ¡Muy mala! - la vergüenza de haber cedido y haberse sometido a él, llamándole "maestro Lothor", parecía haberla irritado mucho - ¡Te odio!

-¿Lu Gon, Nan be?

-¿Eh?

-Ni Gon, Lothor.

La niña, sorprendida por las palabras del profesor, se quedó congelada en el sitio. Ella había esperado una reacción directamente proporcional a su enfado. Alzó una ceja, descolocada, echando la silla aún más hacia atrás, creyendo que algo no iba bien y que volvería a atacarla.

-¿Qué crees que acabo de decir, en la lengua de Ort?

Ella miró en una y otra dirección, incluso le echó un vistazo a las cortinas que se movían, ligeramente, con la brisa del anochecer, creyendo que sobre ella iba a caer alguna maldición o trampa. Se sentía, de repente, prisionera de aquel hombre. Pero, al mismo tiempo, el corazón parecía latirle no en el pecho sino en el estómago y en las sienes. Sentía escalofríos, unos escalofríos muy extraños. Evitó, de nuevo, mirarle a los ojos. ¿En lengua de Ort?

-Ni Gon, Lothor - repitió, sin borrar la sonrisa de su rostro. De repente, parecía otra persona distinta, muy distinta. ¿Cómo era aquello posible? Aún así, le odiaba, y mucho - ¿Qué crees que quiere decir esto en lengua de Ort?

-Eh...que te llamas...Lothor. ¿No?

-Bien. Entonces responde a la pregunta de antes.

-¿Cual...era?

-¡Hay que mejorar esa memoria, señorita! - Loth dio un golpe con el puño sobre el montón de papeles. Ella se sobresaltó - Lu Gon. ¿Nan be?

En aquel momento, ella sintió un escalofrío recorrer su espalda, un escalofrío que tenía mucho de eléctrico, como un rayo que atraviesa todo el firmamento.

-Eeeeeh...Tiene...algo que ver con un nombre...

-Gon es Nombre, en lengua de Ort. Muy bien, mocosa. ¿Y el resto?

La niña parecía debatirse entre su negativa ante ceder ante un profesor, y el miedo de no responder correctamente. Sus ojos deambulaban por todas direcciones y, cuando se detenían en los de él, su rostro se encendía de forma muy visible, como cuando alguien sopla con un soplador sobre unas brasas. Era una escena adorable.

-Significa... ¿Cuál es tu nombre? - respondió, sin mirarle directamente, temblando ligeramente.

-Muy bien. Ahora respóndeme.

-¿Cómo?

Loth se levantó de la silla, con una soltura tal que parecía estar bailando y, acto seguido, se sentó sobre la mesa ante ella. Hincó el codo sobre su rodilla y, con la mano aguantando su barbilla, la miró desde arriba, con una sonrisa maliciosa.

-Lu Gon. ¿Nan be?

La niña, sin dejar de tirar de los bordes de su falda hacia abajo, echaba furtivas miradas a la puerta de la habitación, como si quisiera pedir ayuda.

-Responde.

-¿Eh? ¡Ah! - Al escuchar la voz de Loth, pareció que una burbuja había explotado sobre su cabeza, haciendo que despertara de un sueño. En aquellos momentos ya era totalmente incapaz de mirarle a los ojos. Era obvio que, a esas alturas, el número de sensaciones que se mezclaban en su interior era tan elevado que ya era incapaz de actuar normalmente, o, lo que era lo mismo, de actuar con su habitual desfachatez infantil. Él era un depredador y ella una presa. Le superaba - Lu Gon...Narla.

-No, yo no me llamo Narla. ¡Haz memoria!

-¡No lo sé! ¡No me acuerdo! - dejó de estirarse la falda y se cruzó de brazos, visiblemente airada, con su mirada fija en la pared de la derecha.

-Ni Gon, Lothor. ¿Y tú?

Ella frunció los labios, ligeramente avergonzada.

-N...ni Gon, Narla.

-Bien.

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Narla.

Aquel nombre era como el estallido de luz que se produce después de la explosión de una supernova.

Violento e inesperado, pero caldo de cultivo para que nuevas estrellas y planetas nazcan de ese fértil caos del qué se origina la vida.

¡Nar-Lá!

Volvía a hallarse sentado en la misma silla que dos días antes, con las piernas cruzadas, la suave brisa del atardecer jugando, de forma muy leve y disimulada, con sus cabellos castaños, largos y rizados. El cielo, en el exterior, estaba teñido de colores rosados y rojizos, latiendo y deseando la llegada de la noche que todo lo purifica y redime. Esa noche, que todo lo hace salvaje, primario, y, a la vez, semilla del pensamiento, de la razón y del arte.
No podía evitar acordarse de las incontables noches en qué, para poder pagar el alquiler de la posada, había tenido que tocar en tabernas y bares de mala muerte con su laúd. El problema de ser mercenario había sido el de siempre: al más mínimo fallo, nadie te quería contratar, aún habiendo realizado bien tu trabajo la mayor parte de las veces. Sí, los errores son siempre mucho más visibles que las gestas y hazañas. Es curioso.
Por eso, casi siempre, había tenido que subsistir con su música y yendo de pueblo en pueblo, cuál piojoso juglar.

Hasta que la lengua de Ort, su lengua paterna, se había erigido, por puro azar, como lengua internacional del comercio gracias a una serie de guerras e intereses económicos. De repente, todo el mundo quería aprender una lengua que. hasta hacía poco tiempo, había pertenecido a una minoría de campesinos de las estepas, totalmente ignorada y desechada por el resto del Mundo. ¡Qué ironía! Sí, el dinero también es capaz de comprar lenguas y hacerlas importantes. Un buen día, esos campesinos habían descubierto una bolsa de recursos minerales bajo su suelo y, de la noche a la mañana, se convirtió en una sociedad rica y mercantil. Y, con gran habilidad, sus mercaderes se habían expandido por todo el mundo, creando nuevas leyes, monedas, cheques y regulaciones.

Ort se había convertido en el país más rico del mundo.

Aquel día no hubo tormenta alguna. Se abrió la puerta con normalidad y la niña, Narla, entró con paso decidido hacia la silla que se hallaba a su lado. Depositó, ante él y con frialdad, los papeles que le había mandado de deberes y se mantuvo, recostada contra la silla y las piernas cruzadas, distante, esperando el veredicto. Pero a él una mocosa como aquella no podía engañarle. Aquella vez había venido bien peinada y con un vestido ligero pero elegante, de colores amarillo y rojo chillones que le recordaba a los colores de los tulipanes de la tierra de Ort, la tierra de su padre que ahora estaba tanto de moda. Ya no olía a femenino e infantil sudor, sino a jabón con perfume a romero. Loth inhaló aquel perfume y, durante unos instantes, sintió cómo si estuviera a punto de desmayarse. Era un olor penetrante y abrumador, seguramente elegido por su madre para causar una buena impresión al profesor de su hija, la cual se había portado de forma tan maleducada durante la primera clase.

Después de corregir las frases de principiante, todas correctas (Cuál es tu nombre? Cómo estás? De dónde eres? El uso de unos cuantos verbos sencillos, etc) Loth dejó escapar un exagerado suspiro insatisfecho. Ella se puso en guardia, de forma inmediata. Seguramente no veía razón alguna para que él se pusiera así. Pero eso era lo que él, precisamente, quería.

-Acompáñame.

-¿Eh?

-Ya me has oído. Ven.

Ella le miró con los ojos achicados, dudosos, escondidos tras sus largos párpados, como cortinas que tratan de aprisionar, sin éxito, la cegadora luz del mediodía. Pero él no consideraba un no como respuesta. Con un solo gesto de la mano, la conminó a dirigirse hacia la terraza, imponiendo su presencia sobre ella, doblegando la fría sombra de Nalra, haciendo que casi se hundiera bajo el suelo. Si desobedecía, tenía la certeza que su sombra desaparecería.

No tuvo más remedio que obedecer.

Una vez en la terraza, cuya superficie estaba, de cada vez más, bañada por sombras más y más alargadas, vio cómo el profesor se sentaba sobre la baranda de piedra, con semblante divertido, y con uno de los tests de ejercicios recovertido en pájaro de papel. Con un movimiento preciso de su brazo lo dejó volar, con energía, hacia la playa que se extendía bajo ellos, justo dónde rompían las gentiles y amansadas olas que preceden a la noche. Los primeros grillos del año, aún un poco tímidos, empezaban a cantar desde los pinares que se extendían en paralelo a la costa oceánica. El pájaro de papel se balanceó sobre la arena hasta, finalmente, caer entre dos rocas cubiertas de líquenes.

Nalra no entendía nada, pero prefirió mantenerse como hasta ahora: fría y distante.

Pasota.

-¿Sabes cuál es el verbo más importante de la lengua de Ort, Nalra?

-No.

-Compruébalo tú misma - se acercó unos pasos hacia ella, con una media sonrisa, y le señaló un montón de papeles amontonados a sus pies: eran los deberes que ella misma había hecho - ¿Sabes hacer pájaros de papel, niña?

Era la primera vez que, en vez de mocosa, la llamaba niña. Sin darse cuenta, el rubor invadió sus mejillas, como queriendo imitar el luminoso y rojizo rubor del Sol que, poco a poco, se zambullía bajo las aguas del horizonte. Sentía un odio que era directamente proporcional al auge de un dolor de estómago muy desagradable.

Vale que ahora la llamaba niña...¿Pero quién era él para llamarla así? ¡Maldito gilipollas!

-Si, pero no me acuerdo muy bien.

-Bien, entonces te refrescaré la memoria. Primero dobla el papel por la mitad - Loth, ante la sorpresa de la niña, le hizo una demostración con un papel en el cuál se hallaban escritas reglas, vocabulario y gramática de la lengua de Ort. Sin embargo, ella le escuchó atentamente, con curiosidad por saber qué pretendía - Luego vuelves a doblarlo aquí y aquí. ¿Ves? Ya está. Un pájaro de papel. Ahora inténtalo tu misma con otro de esos papeles. El que quieras.

-Pero...¿Está bien hacer eso?

-¿Qué es lo que más te disgusta de estudiar una lengua?

Ella se quedó pensativa unos instantes. Pero no dudó demasiado.

-La gramática.

-Pues aquí tienes una hoja llena de reglas y de gramática - de un pequeño libreto arrancó una hoja y se la dio a ella - Transfórmala en algo bonito y útil. Te lo agradecerá.

-¿Seguro? - Narla empezaba a sospechar que se estaba burlando de ella y que quería tenderle una trampa para luego castigarla.

-Aquí soy yo quien hace las preguntas. Y harás lo que yo te digo. ¿De acuerdo, niña?

-Eh... - la jovencita parecía desbordada y superada por la actitud de Loth. Visiblemente confundida, se limitó a asentir ligeramente con la cabeza y se puso a doblar el papel que el hombre le había dado, con el ceño fruncido. Cuando terminó y tuvo el pájaro de papel hecho, se quedó parada ante él, sin añadir una sola palabra, quedándose en silencio.

Él, con paso ligero, se acercó a ella y le arrebató el pájaro de papel de las manos. Después de observarlo un poco, algo disgustado, señaló al pseudo-animal de papel, con una sonrisa sardónica.

-Ladan-Si Gon...¿Nan-be?

-Eh...¿Que cómo se llama esto?

-Mmh, "esto" no - Loth imitó a un pájaro, extendiendo los brazos y sacudiéndolos arriba y abajo - Ladan.

-Ladan es pájaro.

-¡Bien!

Por primera vez Nalra vio una sonrisa sincera en el semblante del hombre. Pudo ver, incluso, un intenso y súbito brillo en sus ojos, también por primera vez, como una especie de súbito relámpago. Le pareció gracioso y, de alguna forma, se sintió un poco aliviada, pero consiguió reprimir una sonrisa cómplice. Más que un profesor, parecía un payaso. Seguía sin caerle bien.

-¿Por qué tendría que ponerle nombre a un papel?

-Nada de preguntas. Ponle un nombre - justo cuando, harta de toda aquella comedia, iba a protestar, Loth se acercó aún más y, cogiéndole de la mano con fuerza, se la abrió y depositó allí el pájaro de papel. Su mano era cálida y todo su cuerpo parecía transpirar confianza, fuerza y un magnetismo muy poderoso que parecía absorberla hacia él, como un imán. Sin darse cuenta, su respiración se había vuelto agitada e irregular. Aquel hombre la deslumbraba, la dejaba desvalida cuando menos se lo esperaba.

-Eeeeh, yo que sé...¡Gon! - dijo, mirando fíjamente al pájaro de papel y sin levantar la mirada hacia los fijos y penetrantes ojos del profesor. Ni siquiera sabía qué acababa de decir. Solamente quería huir y volver junto a sus padres. Pero se hallaba allí plantada, petrificada.

-¿Gon? - alzó las cejas, sorprendido - ¿En serio su nombre va a ser Nombre?

-Eeeeh...¿Si?

-¡Ja, ja, ja, ja!

Aquel estallido de carcajadas le pilló completamente desprevenida. La risa le borbotaba no de su pecho, sino de algún sitio más profundo, más grave y oscuro. El eco de aquella risa lo sentía también en su interior, como si de un eco se tratara. Le recordaba a cuándo había ido a las montañas con sus padres y ella se había dedicado a gritar hacia los valles, para escuchar su propio eco. Solo que, aquella vez, no era su propia voz, sino la de otro. ¡La cabeza le iba a estallar!

-Vaya, por fin has sonreído. ¡Ya era hora! ¡Ja, ja!

-¿Eh?

Por lo visto, había bajado la guardia y se había reído junto a él, sin querer. Ni siquiera había encontrado graciosa aquella situación. ¿Por qué habría sonreído?

-Venga, echa a volar a Gon. ¿A qué esperas?

-Mh. Voy.

Narla miró hacia el horizonte, dio tres pasos hacia atrás y, cogiéndose impulso, corrió hacia la baranda de piedra del balcón y, finalmente, lanzó el pájaro de papel hacia la playa de abajo. Sin embargo, justo en aquel momento, una racha de viento sopló desde el océano en dirección hacia ellos y el pájaro salió disparado hacia atrás y se estampó contra la pared de la casa, cayendo desplomado en el suelo.

-Mierda. ¡Vaya puta mala suerte! - exclamó ella, dando una patada en el suelo que no tenía nada de femenina. Cuando se dio cuenta de las palabrotas que había soltado, se llevó ambas manos a la boca, esta vez en un gesto más femenino y recatado. Loth se encogió de hombros y agarró el destrozado pájaro de papel del suelo.

-Iges agy Tonbes. Inonë-sa.

De repente, pudo notar un deje algo melancólico en su voz. Parecía cómo si, al observar a aquel pájaro caído, hubiera recordado algo de su vida. O bueno, quizá era todo un teatro. Seguramente se trataba de lo segundo.

-¿Cómo?

-Volar y caer. Así es la vida.

-¿Y cuál era ese verbo tan importante? - no pudo evitar preguntar.

-¿Tú cuál crees?

-Iges - respondió, sin pensárselo dos veces, como si fuera algo natural - Volar.

-Correcto. ¿Sabes? Iges es el nombre más común entre los niños del país de Ort. De hecho, mi padre se llamaba así.

Loth observó cómo, por primera vez, la niña se sentía genuínamente interesada por lo que él estaba contando. Abrió su pequeña boquita, junto con sus grandes ojos azules. Sus labios temblaban levemente. Era un gesto adorable.

-¿Eres del país de Ort?

-Soy de muchos sitios y de ninguno a la vez, pero si te refieres a si nací allí, así es - contestó, de forma deliberadamente enigmática - Como hija de comerciante habrás viajado mucho, supongo.

-No, mi padre nunca me deja ir con él - se sentó en la baranda de piedra, al lado de Loth, y prosiguió, con los brazos cruzados - Es un imbécil. Se cree que voy a ser un estorbo, seguro.

-No le quito la razón.

Narla se giró hacia él e infló los mofletes, indignada. Aquel gesto le hizo muchísima gracia, pero aquella vez prefirió no estallar en carcajadas. Ya se había reído suficientemente aquel día. Todas las cosas tienen que tener un límite. Y también su actitud dura e intransigente. Ahora tocaba acariciar el lomo de la gatita, si se dejaba.

-¿Y por qué quiere tu padre que aprendas la lengua de Ort? - preguntó, aunque ya supiera la respuesta de antemano.

-Eh... - la niña se meció los cabellos con sus delgados y níveos dedos, algo nerviosa - Esto ya no es la clase. ¿Verdad?

Le estaba pidiendo permiso por algo, de forma natural. Eso era una buena señal.

-Aún lo es, pero puedes hablar con franqueza. Adelante, no te cortes un pelo.

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(to be continued)







Wednesday, May 14, 2014

Escrito 4


Lyon, aún con la cabeza embotada por la ingente cantidad de vino que había ingerido con su amigo el cazador, se hallaba echado junto a las brasas aún encendidas de la hoguera. Abrazada, pegándose a su espalda, sentía los prominentes senos desnudos de la mujer con la qué había hecho el amor dos horas antes. Era, obviamente, la que había querido acostarse con él durante los últimos meses, la mujer con la qué había hablado en la puerta justo antes de cenar. Él también estaba desnudo, los lánguidos brazos de la mujer rodeándole el pecho. Habían estado retozando durante unos minutos bajo las sábanas, hasta que, aquejado por el dolor que sentía en todas sus articulaciones, había decidido eyacular dentro de ella, de forma mecánica y desganada. Ni siquiera la acompasada respiración de la mujer, junto con el cálido canto de los grillos que se congregaban en la maleza del exterior bañada por la luna menguante, habían logrado relajarle.

No le hacía faltar arrastrarse hacia una de las ventanas y observar la altura de la Luna en el cielo para saber que aún quedaba mucha noche por delante: en la Casa solamente había unas cuantas parejas durmiendo y algún que otro bebedor empedernido que se había desplomado después de la cena. El resto, o sea, la mayoría, se habían trasladado a las tabernas y allí estarían ahora bebiendo y alardeando ante las jóvenes de sus gestas en batalla, aunque la gran mayoría de dichas heroicidades pertenecieran al campo de la fantasía. Mientras lo hacían, unas músicos estarían tocando y cantando canciones heroicas hasta que, sobre las tres de la mañana, aparecerían los Guardianes y exhortarían a todos a volver a las Casas. Aunque bueno, la mayoría de los Guardianes se solían unir a dichas celebraciones, así que muy efectivo no era.

Y, de nuevo, aquella misma sensación que le invadía cada vez que volvía de una expedición: una sensación de vacío, mezclada con una ansiedad que le corroía las entrañas. El corazón le latía, poderoso y profundo, como si se tratara del Dardum del Templo de los Árboles. Un corazón, de piedra y helado, pero ardiente y tembloroso. De repente, le venían ganas de escapar de todo y entregarse a los Lamat, para servirles de alimento. De repente, nada importaba, nada tenía sentido alguno. Todo era en vano, un ir y venir que no tenía razón de ser. Agitado, hizo ademán de levantarse pero el abrazo de la mujer, como notando su agitación, se hizo más intenso, y le mordió, ligeramente, su oreja derecha.

En situaciones normales hubiera sentido un escalofrío, pero en aquellos momentos todo en él se había zambullido en unas aguas turbias, insensibles.

-¿Dónde vas? - le susurró, arrastrando las palabras, como si le estuviera hablando desde un sueño.

-Me voy a tomar el aire, ahora vuelvo - murmuró de vuelta, tratando de zafarse de la enredadera de sus brazos, que, en vez de dos, parecían una docena.

En el exterior, una brisa cálida se extendía entre la maleza. Los grillos seguían cantando, para algunos molestos y, para otros, una simple música de acompañamiento del verano. La luna, como después de todas las expediciones, era negra como un tizón y parecía un agujero abierto en el firmamento que le atraía hacia la Nada. Pero Lyon no tenía tiempo de pararse a contemplar lunas ni escuchar brisas ni grillos. Quería pelear, batirse, sí, a pesar de estar aún herido. Así era cómo luchaba siempre contra el vacío que horadaba su interior, después de cada batalla. De forma renqueante, se internó en uno de los callejones, hacia la plaza central de la Torre dónde se hallaban todas las tabernas.

Desenvainó su espada de entrenamiento, de filo romo, la única arma permitida en Fortaleza, y, entre los borrachos que empezaban a amontonarse a su alrededor, empezó a buscar reyertas, con los ojos inyectados en sangre. Hasta ahora, a aquellas expediciones siempre le había acompañado Dorthos. Aún sentía su presencia a su lado, como un pequeño y delgado remolino que le erizaba los pelos de su brazo izquierdo. Sentía frío, mucho frío. Allí adelante parecía haberse creado un corro de gente entusiasmada que, con caras y muecas descompuestas, conminaban a dos jóvenes a darse una buena tunda con dos garrotes.
















Monday, May 12, 2014

Escrito 3


Lyon se encontró, justo en la puerta, a dos mujeres que platicaban de forma acalorada, entre grandes risotadas. Varios perros se peleaban por un hueso roído cerca de sus pies, pero ellas no parecían prestar a la escena ni la más mínima atención. Los perros por un lado, los humanos por otro.

Y, en aquellos momentos, a Lyon le hubiera gustado convertirse en perro.

-¡Lyon! ¿Pero qué te ha pasado? - le preguntó una de ellas, con el rostro grave pero con ojos que echaban chispas, divertidos.

La mujer que se había dirigido a él, bastante mayor que él, que le estaba hablando llevaba tiempo queriendo acostarse con él, pero aquel día parecía que la lástima estaba superando a la lujuria. Llevaba una sencilla túnica blanca que caía hacia sus pies con bastante soltura, y un cinturón dorado ceñido en la cintura en el qué habían talladas unas flores espinadas con cristales rojos como pétalos. Los pechos eran más que prominentes.

-Ahora no tengo tiempo para explicaciones. Si no como ahora, terminaré comiéndome sus tetas, literalmente - espetó él, enseñando su irregular sonrisa que hoy presentaba dos dientes menos - Estaré dentro por si quiere algo. Si me disculpa...

Lyon, después de ignorar los chascarrillos y las risas de las dos mujeres ante tal comentario, se introdujo en el interior de la sencilla pero confortable casa redonda. Que fuera redonda no tenía nada de particular, puesto que todas las casas de Fortaleza lo eran, pero había algo en ella que le hacía sentirse en calma consigo mismo. Como siempre, un fuego se mantenía encendido en el centro y, alrededor de este, se congregaban decenas de Hermanos, mujeres y chicas que, sentados en el suelo, comían carne de  ciervo que un cazador había tenido la delicadeza de traer aquella misma tarde.

Y, precisamente, fue el cazador el primero en advertir su presencia.

-¡Eeeh, Lyon! ¡Menuda tunda te han dado! ¿Eh?

Padan, uno de tantos cazadores de Fortaleza, era un hombre bajito y corpulento, con las piernas torcidas y un perenne rostro rojizo por sus excesos con el alcohol. Le conocía desde antes de la Iniciación, cuando Lyon tan solo era un niño. Se acercó a él, balanceándose de lado a lado de la ruidosa estancia, consiguiendo, casi por milagro, que su copa de vino y el plato de madera con carne de ciervo no cayeran al suelo.

-Ojalá tuviera el mismo sentido del equilibrio que tu, querido Padan - se encogió de hombros, aceptando, con mucho gusto, un trozo de carne que le acababa de ofrecer - Seguro que así hubiera evitado un par de tundas.

Ambos se sentaron en el suelo, junto a una de las ventanas que, precisamente, estaba a ras de suelo. No, no existían sillas en Fortaleza. ¿Para qué? Junto a ellos, una pareja estaba haciendo el amor bajo una manta, retozando, mientras que en el otro lado una chica afinaba el laúd y ensayaba unas letras, seguramente de camino a una actuación en una taberna. Risas, gritos, brindis, bailes...Y muchos hermanos heridos y chicas y familiares muy alegres de verlos, todavía, con vida. Cada vez que volvían de una expedición, las casas se transformaban en una suerte de tabernas o, mejor dicho, en la antesala de las fiestas que se producirían en las tabernas. Aquella era la única noche en qué no había toque de queda y había que aprovecharlo.

Eso si podías mover los músculos después de ser vapuleado por Lamat y por tus propios compañeros, claro.

-Es curioso, eh? Con la cantidad de casas que hay en este distrito, siempre volvemos a la misma - dijo Padan entre dientes, mientras roía un hueso.

-Sí, es curioso - masculló, comiendo con un ansia animal aquella carne de caza de sabor fuerte y penetrante.

-Y tu amigo el filósofo, ¿Dónde se ha metido? ¿Ligando otra vez?

-Muerto.

-La hostia...¿En serio?

Lyon pasó un brazo sobre la ventana abierta y se acomodó junto a ella, mirando a través de los campos de cosecha que se extendían al otro lado de la muralla. El cielo estaba tintado de una sangre menguante, lejana.

-Sobre lo que decías antes de volver siempre al mismo sitio...

-¿Si?

-¿Por qué crees que seguimos haciéndolo?

-Oh, esto tiene una respuesta muy fácil - replicó, con una sonrisa más lejana que el cielo y mirando hacia la misma dirección que Lyon, mientras volvía a dar un sorbo a la copa de vino - Esta es la única casa desde la cuál no se ve la Última Muralla. Solamente campos y campos sin fin.

Saturday, May 10, 2014

Escrito 2


-¡De nada os va a servir haceros los valientes si estáis rodeados por una horda de Lamat! ¿Me habéis entendido?

El hombre de alta estatura y de constitución rocosa hizo ademán de escupir en el suelo, pero la saliva se le quedó pegada en su poblada y rizada barba, negra como el carbón. Óbviamente, se refería la pérdida más importante de la unidad de espadachines: la muerte de Dorthos.

-Veamos... ¡Lyon! - le señaló, con la espada - Tu que le conocías muy bien. ¿Cuál fue su mayor error?

-Dejarse llevar por los sentimientos - respondió él, de forma mecánica - Al ver a su hermano pequeño en peligro, él perdió la cabeza y se abalanzó hacia una muerte segura.

-¿Consecuencias?

-Por su actitud egoísta, el flanco Este quedó resquebrajado por tener que ir a ayudarle, aunque ya fuera demasiado tarde, y los Lamat abrieron una brecha, causando decenas de muertes.

El comandante asintió de forma leve y rígida.

-¿Qué hubieras hecho tu en su lugar?

-Quedarme en mi puesto y seguir las instrucciones - aseveró Lyon, sin el más resquicio de duda - Todos los hermanos tienen hermanos, y las imprudencias no deben pagarse con el sacrificio de otros.

Volvió a asentir, esta vez de forma casi imperceptible.

-¿Habéis oído todos bien? ¡No quiero volver a llevar el peso de toda esa ceniza de muertos sobre mis y vuestras espaldas! ¿Entendido? ¡Todos somos uno!

-¡Todos somos uno! - respondieron todos, al unísono, levantando las espadas.

La mañana avanzaba, calurosa y pesada, con la lentitud y parsimonia propia de un torturador para los cientos de espadachines que se hallaban entrenando en el valle. Lyon, muy concentrado en cada uno de sus movimientos, prestaba extrema atención a los movimientos de sus contrincantes en la clase de Defensa con Escudo. Un grupo de cinco espadachines le atacaba a la vez, y él tenía que tratar de defenderse de todos a la vez. El primer golpe lo detenía con el escudo, luego, con una finta, tenía que darse la vuelta muy rápidamente y bloquear los otros ataques con su propia espada. Acto seguido, tenía que tratar de esquivar los golpes restantes, ya fuera con un salto, o lanzándose por el suelo. Y así sucesivamente. Solamente los comandantes de escuadrón tenían el dudoso honor de bloquear y evitar tantos golpes a la vez. En caso de no conseguirlo, su reputación quedaba diezmada y tenía que batirse con cada miembro del escuadrón de forma individual y al vencedor se le asignaba como nuevo líder.

Hasta su muerte, Dorthos había sido el líder de su división, y lo había sido desde la Iniciación, por lo cuál era la primera vez que Lyon tenía que actuar de Guardián del Escudo en el entrenamiento. Había llegado a ser líder gracias a qué Dorthos le había asignado como su sucesor en caso de muerte, derecho exclusivo que tenía el jefe de escuadrón, por encima de cualquier superior.

Y, a pesar de estar muy concentrado, terminó siendo un desastre.

El primer bloqueo de escudo y de espada le salió bien. El problema vino después con las fintas y el tener que esquivar el resto de golpes. Demasiado lento. ¡Maldita sea! Le cayeron golpes por todos lados hasta quedar tendido en el suelo, sangrando por la nariz y con moratones por todo el cuerpo. Se ensañaron con él, le escupieron e incluso uno de ellos le meó encima. El entrenador encargado de aquella zona se reía a carcajadas y llegó a aplaudir la acción. Se acordó demasiado tarde que tenía que haber empezado a ponerse a dieta demasiado pronto. Oh, y a acostumbrarse a no frecuentar las tabernas después de los entrenamientos.

Bueno, ni una cosa ni otra ocurrió aquel día.

Al caer el Sol, justo al terminar los dolorosos entrenamientos, los cuales se unían los días que había permanecido fuera de Fortaleza luchando contra los Lamat, sentía cómo toda su energía se había drenado y se la hubiera tragado la tierra, como cuando la sangre derramada, poco a poco pero sin pausa, va siendo bebida por la tierra del bosque hasta que ya no hay rastro de lo que ha ocurrido. Caminaba por uno de los senderos que, desde los valles de entrenamiento, se dirigía hacia una de las fortificaciones de Casas Comunales. Los granjeros y los ramaderos ya empezaban a recogerse en sus pequeñas casas de barro cocido y, desde las chimeneas, se desprendía un olor a comida rancia. Aún y con todo, el estómago le rugió como rugía el gigante Lanthon, al qué tuvo que enfrentarse Féntar en una de sus 21 gestas para cortejar y enamorar a Alanna, la Princesa de Occidente. De hecho, cada una de las 21 fortificaciones comunales tenía el nombre de una de las gestas de Féntar.

Lyon, después de ser diana de la burla de los guardias por su lamentable estado físico, cruzó la gran puerta decorada por un relieve en piedra de un magnífico y dramático Féntar estrangulando a una serpiente de 7 cabezas, penetrando en la pequeña ciudadela de Klonton. Para el que no está avezado a las fortificaciones comunales, la distribución de estas les parecerá sumamente extraña. Para empezar, olvídense de una ciudad o de un pueblo convencional. Cada una de las 21 fortalezas estaba construida sobre una colina de suave pendiente. De forma radial se iban distribuyendo las casas, de menor a mayor tamaño cuanto más cerca estaban del centro, ocupado por una torre negra, emulando a la torre de obsidiana de Alanna. En cada una de esas 21 torres, vivía, junto con su familia y las mujeres y amistades que él eligiera, un Hermano del Consejo de la orden o, dicho de otro modo, aquel que, por sus gestas en batalla, se había ganado el derecho a serlo y se veía exento de participar en batalla. Cada uno de ellos tenía su propia canción relatando sus gestas, y debía tener más de 30 años de edad. Teniendo en cuenta que la media de edad de un Hermano en Fortaleza son los 22 años, la verdad es que sí que tiene mérito llegar a esa edad con la cabeza sobre los hombros. ¿No? En fin, siguiendo con la distribución, rodeando la torre estaban las grandes casas de los Guardianes de la capa Dorada, que estaba integrada por entrenadores e instructores.
El tercer círculo estaba reservado para los jefes de escuadrón.

En resumidas cuentas, a Lyon le tocaba volver a una de las casas más humildes del exterior, en esas en las que no importa quién es quién. Si, en esas a las qué siempre había vuelto desde la Iniciación.


Friday, May 9, 2014

Escrito 1


Entre los árboles el humo se escapaba, etéreo y pesado a la vez, con el color de la plata oxidada que deja la ceniza de los muertos. Un humo que arde solamente con verlo, más que el mismo fuego que consume la carne fría y rígida. Así era, por lo menos, el aspecto que había tenido aquel humo todas las veces anteriores que Lyon había observado aquel espectáculo mortuorio sin sentir, en ningún momento, la emoción y el vacío abismal típico de aquellos instantes.

Dándole la espalda al humo que ascendía hacia el cielo magenta del alba, se desabrochó las botas y, sentándose en el risco justo al final del claro, dejó escapar un largo suspiro. Allí abajo se extendían kilómetros y kilómetros de llanuras y pequeñas colinas hasta terminar desembocando en la Segunda Muralla que, por culpa de la niebla matinal, no era visible en aquellos momentos.

Allí arriba, en aquel claro, había sido dónde, después de citarse en duelo, había perdido contra Dorthos. No había sido la primera derrota de Lyon, pero sí la más dolorosa. Recordaba, como si fuera ayer, encaminarse entre los árboles inflado como un pavo, embutido en su armadura, vitoreado por las chicas que le admiraban solamente por su físico y su desvergüenza, sin que, en ningún momento, le hubieran visto pelear. En frente se encontraba Dorthos, un escuálido y bajito adolescente con el pelo largo y espigado que parecía que, a duras penas, podía sostener una espada que le venía muy grande.

Mientras trataba de ordenar sus recuerdos, el olor a carne quemada se precipitó por sus orificios nasales e invadió sus pulmones, arrasando con todos sus pensamientos y destruyéndolos, por sorpresa. Solamente hacía dos horas que había vislumbrado el brutal asesinato de su mejor amigo Dorthos, y ahora tenía que, además, soportar el olor de sus ardientes entrañas.

Como acto de desesperada y cuestionable rebeldía, se sacó de uno de los bolsillos interiores de la túnica su larga pipa ya cargada de tabaco negro, y la encendió. El sabor de aquel tabaco era rancio y amargo, casi el equivalente a querer fumarse una hierba meada, previamente, por un gato en celo. Durante la semana que habían estado fuera de Fortaleza, la bolsita de tabaco que siempre llevaba consigo había sufrido las inclemencias del terrible tiempo del húmedo mar de las Agorínias y de sus meandros y tierras bajas, infestadas de mosquitos.

Y, aún así, aquel sabor de mierda era una bendición en comparación con el terrible olor de aquel humo infestado de gritos, de silencio y de Nada.

De repente, retumbó el sonido del Dardum, que se extendió por todo el valle. Un sonido de tambor profundo, repetitivo y monótono que siempre le revolvía el estómago hasta el punto de desear vomitar con todas sus fuerzas, a pesar de llevar dos días sin apenas probar bocado. A ello le siguieron las graves y engoladas voces de los sacerdotes, cantando el famoso Salmo de Féntar.

En la noche fría y oscura
vuelve a los brazos cálidos
del Bendito Féntar,
las canciones de tus gestas
entre el humo, luz eterna.

No, nadie querría cantar la canción de Dorthos, destrozado por las fauces de un Lamat mientras huía con la cara desencajada de terror, a pesar de todas sus hazañas pasadas. Por muy bonita que sea tu canción, un humillante final siempre la hará desaparecer.

Así de injusta y de lógica es la vida en Fortaleza.

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