Monday, May 12, 2014

Escrito 3


Lyon se encontró, justo en la puerta, a dos mujeres que platicaban de forma acalorada, entre grandes risotadas. Varios perros se peleaban por un hueso roído cerca de sus pies, pero ellas no parecían prestar a la escena ni la más mínima atención. Los perros por un lado, los humanos por otro.

Y, en aquellos momentos, a Lyon le hubiera gustado convertirse en perro.

-¡Lyon! ¿Pero qué te ha pasado? - le preguntó una de ellas, con el rostro grave pero con ojos que echaban chispas, divertidos.

La mujer que se había dirigido a él, bastante mayor que él, que le estaba hablando llevaba tiempo queriendo acostarse con él, pero aquel día parecía que la lástima estaba superando a la lujuria. Llevaba una sencilla túnica blanca que caía hacia sus pies con bastante soltura, y un cinturón dorado ceñido en la cintura en el qué habían talladas unas flores espinadas con cristales rojos como pétalos. Los pechos eran más que prominentes.

-Ahora no tengo tiempo para explicaciones. Si no como ahora, terminaré comiéndome sus tetas, literalmente - espetó él, enseñando su irregular sonrisa que hoy presentaba dos dientes menos - Estaré dentro por si quiere algo. Si me disculpa...

Lyon, después de ignorar los chascarrillos y las risas de las dos mujeres ante tal comentario, se introdujo en el interior de la sencilla pero confortable casa redonda. Que fuera redonda no tenía nada de particular, puesto que todas las casas de Fortaleza lo eran, pero había algo en ella que le hacía sentirse en calma consigo mismo. Como siempre, un fuego se mantenía encendido en el centro y, alrededor de este, se congregaban decenas de Hermanos, mujeres y chicas que, sentados en el suelo, comían carne de  ciervo que un cazador había tenido la delicadeza de traer aquella misma tarde.

Y, precisamente, fue el cazador el primero en advertir su presencia.

-¡Eeeh, Lyon! ¡Menuda tunda te han dado! ¿Eh?

Padan, uno de tantos cazadores de Fortaleza, era un hombre bajito y corpulento, con las piernas torcidas y un perenne rostro rojizo por sus excesos con el alcohol. Le conocía desde antes de la Iniciación, cuando Lyon tan solo era un niño. Se acercó a él, balanceándose de lado a lado de la ruidosa estancia, consiguiendo, casi por milagro, que su copa de vino y el plato de madera con carne de ciervo no cayeran al suelo.

-Ojalá tuviera el mismo sentido del equilibrio que tu, querido Padan - se encogió de hombros, aceptando, con mucho gusto, un trozo de carne que le acababa de ofrecer - Seguro que así hubiera evitado un par de tundas.

Ambos se sentaron en el suelo, junto a una de las ventanas que, precisamente, estaba a ras de suelo. No, no existían sillas en Fortaleza. ¿Para qué? Junto a ellos, una pareja estaba haciendo el amor bajo una manta, retozando, mientras que en el otro lado una chica afinaba el laúd y ensayaba unas letras, seguramente de camino a una actuación en una taberna. Risas, gritos, brindis, bailes...Y muchos hermanos heridos y chicas y familiares muy alegres de verlos, todavía, con vida. Cada vez que volvían de una expedición, las casas se transformaban en una suerte de tabernas o, mejor dicho, en la antesala de las fiestas que se producirían en las tabernas. Aquella era la única noche en qué no había toque de queda y había que aprovecharlo.

Eso si podías mover los músculos después de ser vapuleado por Lamat y por tus propios compañeros, claro.

-Es curioso, eh? Con la cantidad de casas que hay en este distrito, siempre volvemos a la misma - dijo Padan entre dientes, mientras roía un hueso.

-Sí, es curioso - masculló, comiendo con un ansia animal aquella carne de caza de sabor fuerte y penetrante.

-Y tu amigo el filósofo, ¿Dónde se ha metido? ¿Ligando otra vez?

-Muerto.

-La hostia...¿En serio?

Lyon pasó un brazo sobre la ventana abierta y se acomodó junto a ella, mirando a través de los campos de cosecha que se extendían al otro lado de la muralla. El cielo estaba tintado de una sangre menguante, lejana.

-Sobre lo que decías antes de volver siempre al mismo sitio...

-¿Si?

-¿Por qué crees que seguimos haciéndolo?

-Oh, esto tiene una respuesta muy fácil - replicó, con una sonrisa más lejana que el cielo y mirando hacia la misma dirección que Lyon, mientras volvía a dar un sorbo a la copa de vino - Esta es la única casa desde la cuál no se ve la Última Muralla. Solamente campos y campos sin fin.

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