Saturday, May 10, 2014

Escrito 2


-¡De nada os va a servir haceros los valientes si estáis rodeados por una horda de Lamat! ¿Me habéis entendido?

El hombre de alta estatura y de constitución rocosa hizo ademán de escupir en el suelo, pero la saliva se le quedó pegada en su poblada y rizada barba, negra como el carbón. Óbviamente, se refería la pérdida más importante de la unidad de espadachines: la muerte de Dorthos.

-Veamos... ¡Lyon! - le señaló, con la espada - Tu que le conocías muy bien. ¿Cuál fue su mayor error?

-Dejarse llevar por los sentimientos - respondió él, de forma mecánica - Al ver a su hermano pequeño en peligro, él perdió la cabeza y se abalanzó hacia una muerte segura.

-¿Consecuencias?

-Por su actitud egoísta, el flanco Este quedó resquebrajado por tener que ir a ayudarle, aunque ya fuera demasiado tarde, y los Lamat abrieron una brecha, causando decenas de muertes.

El comandante asintió de forma leve y rígida.

-¿Qué hubieras hecho tu en su lugar?

-Quedarme en mi puesto y seguir las instrucciones - aseveró Lyon, sin el más resquicio de duda - Todos los hermanos tienen hermanos, y las imprudencias no deben pagarse con el sacrificio de otros.

Volvió a asentir, esta vez de forma casi imperceptible.

-¿Habéis oído todos bien? ¡No quiero volver a llevar el peso de toda esa ceniza de muertos sobre mis y vuestras espaldas! ¿Entendido? ¡Todos somos uno!

-¡Todos somos uno! - respondieron todos, al unísono, levantando las espadas.

La mañana avanzaba, calurosa y pesada, con la lentitud y parsimonia propia de un torturador para los cientos de espadachines que se hallaban entrenando en el valle. Lyon, muy concentrado en cada uno de sus movimientos, prestaba extrema atención a los movimientos de sus contrincantes en la clase de Defensa con Escudo. Un grupo de cinco espadachines le atacaba a la vez, y él tenía que tratar de defenderse de todos a la vez. El primer golpe lo detenía con el escudo, luego, con una finta, tenía que darse la vuelta muy rápidamente y bloquear los otros ataques con su propia espada. Acto seguido, tenía que tratar de esquivar los golpes restantes, ya fuera con un salto, o lanzándose por el suelo. Y así sucesivamente. Solamente los comandantes de escuadrón tenían el dudoso honor de bloquear y evitar tantos golpes a la vez. En caso de no conseguirlo, su reputación quedaba diezmada y tenía que batirse con cada miembro del escuadrón de forma individual y al vencedor se le asignaba como nuevo líder.

Hasta su muerte, Dorthos había sido el líder de su división, y lo había sido desde la Iniciación, por lo cuál era la primera vez que Lyon tenía que actuar de Guardián del Escudo en el entrenamiento. Había llegado a ser líder gracias a qué Dorthos le había asignado como su sucesor en caso de muerte, derecho exclusivo que tenía el jefe de escuadrón, por encima de cualquier superior.

Y, a pesar de estar muy concentrado, terminó siendo un desastre.

El primer bloqueo de escudo y de espada le salió bien. El problema vino después con las fintas y el tener que esquivar el resto de golpes. Demasiado lento. ¡Maldita sea! Le cayeron golpes por todos lados hasta quedar tendido en el suelo, sangrando por la nariz y con moratones por todo el cuerpo. Se ensañaron con él, le escupieron e incluso uno de ellos le meó encima. El entrenador encargado de aquella zona se reía a carcajadas y llegó a aplaudir la acción. Se acordó demasiado tarde que tenía que haber empezado a ponerse a dieta demasiado pronto. Oh, y a acostumbrarse a no frecuentar las tabernas después de los entrenamientos.

Bueno, ni una cosa ni otra ocurrió aquel día.

Al caer el Sol, justo al terminar los dolorosos entrenamientos, los cuales se unían los días que había permanecido fuera de Fortaleza luchando contra los Lamat, sentía cómo toda su energía se había drenado y se la hubiera tragado la tierra, como cuando la sangre derramada, poco a poco pero sin pausa, va siendo bebida por la tierra del bosque hasta que ya no hay rastro de lo que ha ocurrido. Caminaba por uno de los senderos que, desde los valles de entrenamiento, se dirigía hacia una de las fortificaciones de Casas Comunales. Los granjeros y los ramaderos ya empezaban a recogerse en sus pequeñas casas de barro cocido y, desde las chimeneas, se desprendía un olor a comida rancia. Aún y con todo, el estómago le rugió como rugía el gigante Lanthon, al qué tuvo que enfrentarse Féntar en una de sus 21 gestas para cortejar y enamorar a Alanna, la Princesa de Occidente. De hecho, cada una de las 21 fortificaciones comunales tenía el nombre de una de las gestas de Féntar.

Lyon, después de ser diana de la burla de los guardias por su lamentable estado físico, cruzó la gran puerta decorada por un relieve en piedra de un magnífico y dramático Féntar estrangulando a una serpiente de 7 cabezas, penetrando en la pequeña ciudadela de Klonton. Para el que no está avezado a las fortificaciones comunales, la distribución de estas les parecerá sumamente extraña. Para empezar, olvídense de una ciudad o de un pueblo convencional. Cada una de las 21 fortalezas estaba construida sobre una colina de suave pendiente. De forma radial se iban distribuyendo las casas, de menor a mayor tamaño cuanto más cerca estaban del centro, ocupado por una torre negra, emulando a la torre de obsidiana de Alanna. En cada una de esas 21 torres, vivía, junto con su familia y las mujeres y amistades que él eligiera, un Hermano del Consejo de la orden o, dicho de otro modo, aquel que, por sus gestas en batalla, se había ganado el derecho a serlo y se veía exento de participar en batalla. Cada uno de ellos tenía su propia canción relatando sus gestas, y debía tener más de 30 años de edad. Teniendo en cuenta que la media de edad de un Hermano en Fortaleza son los 22 años, la verdad es que sí que tiene mérito llegar a esa edad con la cabeza sobre los hombros. ¿No? En fin, siguiendo con la distribución, rodeando la torre estaban las grandes casas de los Guardianes de la capa Dorada, que estaba integrada por entrenadores e instructores.
El tercer círculo estaba reservado para los jefes de escuadrón.

En resumidas cuentas, a Lyon le tocaba volver a una de las casas más humildes del exterior, en esas en las que no importa quién es quién. Si, en esas a las qué siempre había vuelto desde la Iniciación.


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