Tuesday, May 27, 2014

Escrito 1.1


La luz trémula de una tarde sangrienta se escapaba por la ventana. Sí, parecía tener su origen en el interior de la casa en vez de provenir del agitado Sol que se hundía en el horizonte. Sí, el agitado Sol. A muchos poetas y escritores les gusta describir un atardecer como algo que se muere, como algo que deja atrás un día luminoso que jamás volverá. Como una desaparición. Como algo que conlleva infortunio.

Pero la noche es el comienzo. Todo surgió de la noche: la vida, las estrellas, las galaxias y el universo. La palabra y la canción. Las dudas, el amor, los miedos. Todo proviene de la noche y del vientre caliente y misterioso de las tinieblas. La noche es para los inquietos, para los que vibran, para los músicos. Para el que actúa, para quien se desvive en el escenario.

Loth había depositado un fajo de papeles informes sobre la mesa, papeles que solamente llevaba durante la primera clase, para dar a los padres la impresión (impresión equivocada, a todas luces) de qué se trataba de un profesor serio y profesional. La habitación era grande y amueblada con excesivo lujo, abarrotada de todo tipo de objetos traídos de todas las partes del mundo, dispuestos de forma caótica y artificial, más como una exposición o un museo, que como formando parte del alma del hogar.

En un rincón se hallaba dispuesto un piano de pared que, obviamente, también formaba parte de la decoración. Seguramente un mercader se lo había regalado al cabeza de familia, otro mercader adinerado. Entre ellos, como señal de confianza y protección, se obsequiaban todo tipo de objetos, fueran o no de su agrado. Loth, de naturaleza nerviosa e inquieta, tuvo la tentación de levantarse y ponerse a tocar aquel piano para, así, desenpolvarlo de su aburrimiento y de su estatismo eterno. Un instrumento que no se toca es como un bosque sin vida, un bosque sin trinos, sin insectos. Como una sabana sin herbívoros ni depredadores.

Bah, hasta las comparaciones le salían mal. No había nada que le fastidiara más que un alumno llegara tarde, fuera de la familia que fuera, aunque normalmente esto solía ocurrir con más frecuencia entre las familias más pudientes. En casas más modestas, los padres se encargaban que el niño no perdiera un solo instante, para que así aprovechara el tiempo de la forma más productiva posible: el tiempo es dinero. Una frase horrorosa, pero cierta. Cuando se tiene dinero, uno puede comprar hasta el tiempo. Hasta el tiempo tiene un precio.

Y, por fin, se escuchó una tormenta tras la puerta.

-¡Que si mamá, que ya lo sé! ¡Que me dejes en paz, joder!

-¡Te he dicho que te pongas el vestido! ¿Ves normal presentarte así delante del profesor?

-¡Me da igual! ¡Yo no quería hacer clases! ¡No las necesito, gilipollas!

Mmh, interesante. Una cachorrita a la que amaestrar. Uno de los retos que más le gustaban, sin lugar a dudas. Ya ni recordaba aquellos días en qué, cuando se dedicaba a vender su espada a algún noble, venía una de aquellas niñas gritonas y maleducadas y entorpecía las negociaciones con sus aspavientos y sus lloriqueos. Las había odiado con todo su ser. No obstante, fue empezar con su discutible vocación de profesor, y pasar a adorar a aquellas criaturas. ¿Que cuando se había producido aquel cambio? Había sido algo gradual y, a la vez, repentino. Difícil de explicar, sin duda.

La niña entró, como un rabioso tábano, en el interior de la habitación pegando un sonoro portazo y, sin ni siquiera saludarle, se dirigió a la silla junto a la suya y se sentó en ella, haciendo pucheros y con los brazos en cruz. Aún ni le había dirigido la mirada. Un penetrante perfume a sudor, muy endulzado y enturbiado por las mareas del odio y la rabia sin límites de los críos le invadió los pulmones al instante, quedándose aferrados a ellos, dejándolo casi sin respiración.

-¡Venga! ¿A qué esperas? ¡Dame la clase! -gritó, sin aún observarle.

Pero él permaneció en silencio y decidió observarla de reojo, mientras simulaba remover los papeles de forma distraída, con tranquilidad, como si no la hubiera escuchado.
En lo primero que se fijó fue en sus pies. Sí, siempre los pies. Por los pies empieza el encanto femenino y luego se extiende al resto de su ser.
Tenía unos pies pequeños y níveos, bien proporcionados, con los dedos que formaban una escala perfecta, con una levísima curva hacia el interior. En aquellos instantes se hallaban en gran tensión, un pie sobre otro, moviéndolos con agitación. Eran unos pies preciosos. Luego su mirada ascendió hacia sus torneadas y suavizadas piernas, como de algodón, terminando en una falda de cuadros que escondía lo segundo más importante después de los pies. Finalmente, su evaluación terminó en sus cabellos, sus hermosísimos cabellos de color dorado, en bucles salvajes, mal peinados, que le caían sobre la estrecha espalda.

-¡¿Qué pasa, estás sordo o qué, viejo?!

En aquel instante, Loth supo que le llegaba el momento de contraatacar. O, mejor dicho, de atacar de forma despiadada a aquel corderito con piel de lobo. Hay ciertas cosas que hay que dejar claras desde buen principio, ciertas cosas que la naturaleza, que es sabia, dicta.

-Mira, mocosa - acercó la silla hacia ella y, sin previo aviso, se abalanzó sobre ella, como si fuera a devorarla - Vamos a dejar un par de cosas claras. A mi tus padres me pagan y, mientras lo hagan, me la resbala lo que quieras hacer con la hora que te doy - con sus grandes ojos negros la miró, fijamente y a poca distancia de su rostro. La niña no tardó mucho en empezar a pestañear, nerviosa, sus pupilas hinchadas por la sorpresa. Tenía unos ojos azules que parecían dos océanos vastos, con una vida abundante y trémula, de olas rizadas y gigantescas. Pero, a la vez, vacíos y sin música que les acompañara - Soy el único que conoce la lengua de Ort en esa mierda de ciudad, así que, por mucho que insistas, no me van a echar. Así que si prefieres que no te dé clase, mejor para mi. Menos trabajo. Ah, y otra cosa - la niña, sin fuerzas ya para aguantarle su potente y salvaje mirada, tenía los ojos clavados en el suelo, el ceño fruncido y los pómulos encendidos como dos brasas - A partir de ahora yo soy quién mando aquí dentro, te guste o no te guste.

La presencia de la cría, hasta aquel momento huracanada y terrible, se había menguado hasta solamente ser la sombra de la sombra de sí misma. Estuvo a punto de sentir lástima por ella pero, justo cuando se dio cuenta que aquel sentimiento le invadía, lo atajó y lo arrancó de raíz. Sabía que, con esas crías, lo último que había que tener era lástima ni empatía.
La niña parecía haber perdido el habla y, alrededor de los ojos, empezaban a asomar lágrimas que eran una mezcla de impotencia, rabia y un amago de fascinación que, a Loth, nunca le pasaba inadvertido. Desde siempre las chicas jóvenes y las niñas habían sentido esa fascinación hacia él. A pesar de tener 30 años, aparentaba mucha menos edad. Sus rasgos eran suaves, equilibrados y agradables a la vista. En definitiva, aniñados e inocentes; pero con el añadido que su mandíbula era bastante prominente, dándole así el toque de adulto que le daba un aire masculino importante, que llegaba a imponer. Era el típico rostro de príncipe de cuento que aparecía dibujado en los cuentos que esas niñas leían sin parar, soñando que alguien las salvara de su hastío diario en casa.

Hasta hace poco, aquellos rasgos le habían traído muchos problemas. Durante su época de mercenario, las hijas y las nietas de los señores y nobles que le contrataban, no dejaban, sin apenas excepciones, de acosarle y de buscar su compañía, ya fuera de forma abiertamente sexual, o de una forma más afectiva, como si en él vieran la figura de un hermano mayor o de un padre atractivo con quién poder fantasear. Aquello siempre le había molestado y había rehuído de todo ello como si de la peste se tratara. A él solo le habían interesado las mujeres maduras, y mucho más si pertenecían a alguna familia pudiente, puesto que así recibía agasajos y regalos por doquier.
Pero todo empezó a cambiar varios meses atrás, cuando comenzó su andadura como profesor de la lengua de Ort.

Había aprendido a apreciar a aquellas criaturitas.
Había aprendido a convivir con esa fascinación que sentían por él.

-¿Qué? ¿Ahora eres tu la que se ha quedado muda? - siguió achuchándola, sin variar un àpice su rocosa y dura expresión - A partir de ahora me llamas "Maestro Lothor". ¿Entendido? - le levantó la barbilla con su robusta mano, obligándola a mirarle a los ojos.

-En...entendido - susurró, entre dientes y lágrimas. Sus dos preciosos pies ya se habían depositado sobre el suelo, como dos pesos muertos, sin fuerzas, derrotados.

-No te he oído bien.

-¡Entendido, joder! - se zafó de su dominación, echándose hacia atrás, tratando de recomponer una rebeldía que se hayaba reducida ya a añicos. Sus manos temblorosas agarraban la falda, tirándola hacia abajo con fuerza, como si tratara de evitar que alguien o algo se introdujera bajo ella, violándola. Se sentía ultrajada y eso le gustaba especialmente. Era la reacción esperada.

-A tus padres les podrás hablar como te de la gana, mocosa - volvió a la carga, otra vez echándose encima de ella - Pero la próxima vez que digas una palabrota en mi presencia, me voy a poner tu lengua de corbata. ¿Me has entendido? Y, cuando me respondas...¡Maestro Lothor! - espetó, con la máscara de profesor-demonio.

La niña empezó a llorar, impotente y desconsolada. Y no era para menos. Seguramente sus anteriores profesores habían sido todos unos peleles que, con tal de no hacer enfadar a la niña ricachona, le habían permitido todas esas actitudes maleducadas. Pero él, no solamente no era un pelele, sino que no tenía nada que perder. Echaba de menos su espada y su laúd, y no le gustaba perder el tiempo. De hecho, lo detestaba.

-¡En...entendido maestro Lothor! - replicó, entre sollozos.

-Bien.

-¡Se lo voy a decir a papá! - gritó, con el orgullo herido y la desesperación atenazándole el cuello - ¡A mi nadie me trata así, nadie!

-Oh, adelante - le contestó, con una sonrisa de oreja a oreja, encogiéndose de hombros.

Al escuchar el tono relajado y aterciopelado de su voz, la niña se vio desarmada. Sus manos agarraban aún con más fuerza los bordes de su falda, pero sus pies seguían en reposo sobre le suelo de madera, derrotados. Estaba temblando de rabia y de puro odio primario. Loth no pudo evitar abrir aún más su sonrisa, mientras el silencio se iba espesando paulatinamente, junto con las nubes negras de la tormenta que se habían vuelto a incrementar.

-¡Eres una mala persona! ¡Muy mala! - la vergüenza de haber cedido y haberse sometido a él, llamándole "maestro Lothor", parecía haberla irritado mucho - ¡Te odio!

-¿Lu Gon, Nan be?

-¿Eh?

-Ni Gon, Lothor.

La niña, sorprendida por las palabras del profesor, se quedó congelada en el sitio. Ella había esperado una reacción directamente proporcional a su enfado. Alzó una ceja, descolocada, echando la silla aún más hacia atrás, creyendo que algo no iba bien y que volvería a atacarla.

-¿Qué crees que acabo de decir, en la lengua de Ort?

Ella miró en una y otra dirección, incluso le echó un vistazo a las cortinas que se movían, ligeramente, con la brisa del anochecer, creyendo que sobre ella iba a caer alguna maldición o trampa. Se sentía, de repente, prisionera de aquel hombre. Pero, al mismo tiempo, el corazón parecía latirle no en el pecho sino en el estómago y en las sienes. Sentía escalofríos, unos escalofríos muy extraños. Evitó, de nuevo, mirarle a los ojos. ¿En lengua de Ort?

-Ni Gon, Lothor - repitió, sin borrar la sonrisa de su rostro. De repente, parecía otra persona distinta, muy distinta. ¿Cómo era aquello posible? Aún así, le odiaba, y mucho - ¿Qué crees que quiere decir esto en lengua de Ort?

-Eh...que te llamas...Lothor. ¿No?

-Bien. Entonces responde a la pregunta de antes.

-¿Cual...era?

-¡Hay que mejorar esa memoria, señorita! - Loth dio un golpe con el puño sobre el montón de papeles. Ella se sobresaltó - Lu Gon. ¿Nan be?

En aquel momento, ella sintió un escalofrío recorrer su espalda, un escalofrío que tenía mucho de eléctrico, como un rayo que atraviesa todo el firmamento.

-Eeeeeh...Tiene...algo que ver con un nombre...

-Gon es Nombre, en lengua de Ort. Muy bien, mocosa. ¿Y el resto?

La niña parecía debatirse entre su negativa ante ceder ante un profesor, y el miedo de no responder correctamente. Sus ojos deambulaban por todas direcciones y, cuando se detenían en los de él, su rostro se encendía de forma muy visible, como cuando alguien sopla con un soplador sobre unas brasas. Era una escena adorable.

-Significa... ¿Cuál es tu nombre? - respondió, sin mirarle directamente, temblando ligeramente.

-Muy bien. Ahora respóndeme.

-¿Cómo?

Loth se levantó de la silla, con una soltura tal que parecía estar bailando y, acto seguido, se sentó sobre la mesa ante ella. Hincó el codo sobre su rodilla y, con la mano aguantando su barbilla, la miró desde arriba, con una sonrisa maliciosa.

-Lu Gon. ¿Nan be?

La niña, sin dejar de tirar de los bordes de su falda hacia abajo, echaba furtivas miradas a la puerta de la habitación, como si quisiera pedir ayuda.

-Responde.

-¿Eh? ¡Ah! - Al escuchar la voz de Loth, pareció que una burbuja había explotado sobre su cabeza, haciendo que despertara de un sueño. En aquellos momentos ya era totalmente incapaz de mirarle a los ojos. Era obvio que, a esas alturas, el número de sensaciones que se mezclaban en su interior era tan elevado que ya era incapaz de actuar normalmente, o, lo que era lo mismo, de actuar con su habitual desfachatez infantil. Él era un depredador y ella una presa. Le superaba - Lu Gon...Narla.

-No, yo no me llamo Narla. ¡Haz memoria!

-¡No lo sé! ¡No me acuerdo! - dejó de estirarse la falda y se cruzó de brazos, visiblemente airada, con su mirada fija en la pared de la derecha.

-Ni Gon, Lothor. ¿Y tú?

Ella frunció los labios, ligeramente avergonzada.

-N...ni Gon, Narla.

-Bien.

-----------------------------------

Narla.

Aquel nombre era como el estallido de luz que se produce después de la explosión de una supernova.

Violento e inesperado, pero caldo de cultivo para que nuevas estrellas y planetas nazcan de ese fértil caos del qué se origina la vida.

¡Nar-Lá!

Volvía a hallarse sentado en la misma silla que dos días antes, con las piernas cruzadas, la suave brisa del atardecer jugando, de forma muy leve y disimulada, con sus cabellos castaños, largos y rizados. El cielo, en el exterior, estaba teñido de colores rosados y rojizos, latiendo y deseando la llegada de la noche que todo lo purifica y redime. Esa noche, que todo lo hace salvaje, primario, y, a la vez, semilla del pensamiento, de la razón y del arte.
No podía evitar acordarse de las incontables noches en qué, para poder pagar el alquiler de la posada, había tenido que tocar en tabernas y bares de mala muerte con su laúd. El problema de ser mercenario había sido el de siempre: al más mínimo fallo, nadie te quería contratar, aún habiendo realizado bien tu trabajo la mayor parte de las veces. Sí, los errores son siempre mucho más visibles que las gestas y hazañas. Es curioso.
Por eso, casi siempre, había tenido que subsistir con su música y yendo de pueblo en pueblo, cuál piojoso juglar.

Hasta que la lengua de Ort, su lengua paterna, se había erigido, por puro azar, como lengua internacional del comercio gracias a una serie de guerras e intereses económicos. De repente, todo el mundo quería aprender una lengua que. hasta hacía poco tiempo, había pertenecido a una minoría de campesinos de las estepas, totalmente ignorada y desechada por el resto del Mundo. ¡Qué ironía! Sí, el dinero también es capaz de comprar lenguas y hacerlas importantes. Un buen día, esos campesinos habían descubierto una bolsa de recursos minerales bajo su suelo y, de la noche a la mañana, se convirtió en una sociedad rica y mercantil. Y, con gran habilidad, sus mercaderes se habían expandido por todo el mundo, creando nuevas leyes, monedas, cheques y regulaciones.

Ort se había convertido en el país más rico del mundo.

Aquel día no hubo tormenta alguna. Se abrió la puerta con normalidad y la niña, Narla, entró con paso decidido hacia la silla que se hallaba a su lado. Depositó, ante él y con frialdad, los papeles que le había mandado de deberes y se mantuvo, recostada contra la silla y las piernas cruzadas, distante, esperando el veredicto. Pero a él una mocosa como aquella no podía engañarle. Aquella vez había venido bien peinada y con un vestido ligero pero elegante, de colores amarillo y rojo chillones que le recordaba a los colores de los tulipanes de la tierra de Ort, la tierra de su padre que ahora estaba tanto de moda. Ya no olía a femenino e infantil sudor, sino a jabón con perfume a romero. Loth inhaló aquel perfume y, durante unos instantes, sintió cómo si estuviera a punto de desmayarse. Era un olor penetrante y abrumador, seguramente elegido por su madre para causar una buena impresión al profesor de su hija, la cual se había portado de forma tan maleducada durante la primera clase.

Después de corregir las frases de principiante, todas correctas (Cuál es tu nombre? Cómo estás? De dónde eres? El uso de unos cuantos verbos sencillos, etc) Loth dejó escapar un exagerado suspiro insatisfecho. Ella se puso en guardia, de forma inmediata. Seguramente no veía razón alguna para que él se pusiera así. Pero eso era lo que él, precisamente, quería.

-Acompáñame.

-¿Eh?

-Ya me has oído. Ven.

Ella le miró con los ojos achicados, dudosos, escondidos tras sus largos párpados, como cortinas que tratan de aprisionar, sin éxito, la cegadora luz del mediodía. Pero él no consideraba un no como respuesta. Con un solo gesto de la mano, la conminó a dirigirse hacia la terraza, imponiendo su presencia sobre ella, doblegando la fría sombra de Nalra, haciendo que casi se hundiera bajo el suelo. Si desobedecía, tenía la certeza que su sombra desaparecería.

No tuvo más remedio que obedecer.

Una vez en la terraza, cuya superficie estaba, de cada vez más, bañada por sombras más y más alargadas, vio cómo el profesor se sentaba sobre la baranda de piedra, con semblante divertido, y con uno de los tests de ejercicios recovertido en pájaro de papel. Con un movimiento preciso de su brazo lo dejó volar, con energía, hacia la playa que se extendía bajo ellos, justo dónde rompían las gentiles y amansadas olas que preceden a la noche. Los primeros grillos del año, aún un poco tímidos, empezaban a cantar desde los pinares que se extendían en paralelo a la costa oceánica. El pájaro de papel se balanceó sobre la arena hasta, finalmente, caer entre dos rocas cubiertas de líquenes.

Nalra no entendía nada, pero prefirió mantenerse como hasta ahora: fría y distante.

Pasota.

-¿Sabes cuál es el verbo más importante de la lengua de Ort, Nalra?

-No.

-Compruébalo tú misma - se acercó unos pasos hacia ella, con una media sonrisa, y le señaló un montón de papeles amontonados a sus pies: eran los deberes que ella misma había hecho - ¿Sabes hacer pájaros de papel, niña?

Era la primera vez que, en vez de mocosa, la llamaba niña. Sin darse cuenta, el rubor invadió sus mejillas, como queriendo imitar el luminoso y rojizo rubor del Sol que, poco a poco, se zambullía bajo las aguas del horizonte. Sentía un odio que era directamente proporcional al auge de un dolor de estómago muy desagradable.

Vale que ahora la llamaba niña...¿Pero quién era él para llamarla así? ¡Maldito gilipollas!

-Si, pero no me acuerdo muy bien.

-Bien, entonces te refrescaré la memoria. Primero dobla el papel por la mitad - Loth, ante la sorpresa de la niña, le hizo una demostración con un papel en el cuál se hallaban escritas reglas, vocabulario y gramática de la lengua de Ort. Sin embargo, ella le escuchó atentamente, con curiosidad por saber qué pretendía - Luego vuelves a doblarlo aquí y aquí. ¿Ves? Ya está. Un pájaro de papel. Ahora inténtalo tu misma con otro de esos papeles. El que quieras.

-Pero...¿Está bien hacer eso?

-¿Qué es lo que más te disgusta de estudiar una lengua?

Ella se quedó pensativa unos instantes. Pero no dudó demasiado.

-La gramática.

-Pues aquí tienes una hoja llena de reglas y de gramática - de un pequeño libreto arrancó una hoja y se la dio a ella - Transfórmala en algo bonito y útil. Te lo agradecerá.

-¿Seguro? - Narla empezaba a sospechar que se estaba burlando de ella y que quería tenderle una trampa para luego castigarla.

-Aquí soy yo quien hace las preguntas. Y harás lo que yo te digo. ¿De acuerdo, niña?

-Eh... - la jovencita parecía desbordada y superada por la actitud de Loth. Visiblemente confundida, se limitó a asentir ligeramente con la cabeza y se puso a doblar el papel que el hombre le había dado, con el ceño fruncido. Cuando terminó y tuvo el pájaro de papel hecho, se quedó parada ante él, sin añadir una sola palabra, quedándose en silencio.

Él, con paso ligero, se acercó a ella y le arrebató el pájaro de papel de las manos. Después de observarlo un poco, algo disgustado, señaló al pseudo-animal de papel, con una sonrisa sardónica.

-Ladan-Si Gon...¿Nan-be?

-Eh...¿Que cómo se llama esto?

-Mmh, "esto" no - Loth imitó a un pájaro, extendiendo los brazos y sacudiéndolos arriba y abajo - Ladan.

-Ladan es pájaro.

-¡Bien!

Por primera vez Nalra vio una sonrisa sincera en el semblante del hombre. Pudo ver, incluso, un intenso y súbito brillo en sus ojos, también por primera vez, como una especie de súbito relámpago. Le pareció gracioso y, de alguna forma, se sintió un poco aliviada, pero consiguió reprimir una sonrisa cómplice. Más que un profesor, parecía un payaso. Seguía sin caerle bien.

-¿Por qué tendría que ponerle nombre a un papel?

-Nada de preguntas. Ponle un nombre - justo cuando, harta de toda aquella comedia, iba a protestar, Loth se acercó aún más y, cogiéndole de la mano con fuerza, se la abrió y depositó allí el pájaro de papel. Su mano era cálida y todo su cuerpo parecía transpirar confianza, fuerza y un magnetismo muy poderoso que parecía absorberla hacia él, como un imán. Sin darse cuenta, su respiración se había vuelto agitada e irregular. Aquel hombre la deslumbraba, la dejaba desvalida cuando menos se lo esperaba.

-Eeeeh, yo que sé...¡Gon! - dijo, mirando fíjamente al pájaro de papel y sin levantar la mirada hacia los fijos y penetrantes ojos del profesor. Ni siquiera sabía qué acababa de decir. Solamente quería huir y volver junto a sus padres. Pero se hallaba allí plantada, petrificada.

-¿Gon? - alzó las cejas, sorprendido - ¿En serio su nombre va a ser Nombre?

-Eeeeh...¿Si?

-¡Ja, ja, ja, ja!

Aquel estallido de carcajadas le pilló completamente desprevenida. La risa le borbotaba no de su pecho, sino de algún sitio más profundo, más grave y oscuro. El eco de aquella risa lo sentía también en su interior, como si de un eco se tratara. Le recordaba a cuándo había ido a las montañas con sus padres y ella se había dedicado a gritar hacia los valles, para escuchar su propio eco. Solo que, aquella vez, no era su propia voz, sino la de otro. ¡La cabeza le iba a estallar!

-Vaya, por fin has sonreído. ¡Ya era hora! ¡Ja, ja!

-¿Eh?

Por lo visto, había bajado la guardia y se había reído junto a él, sin querer. Ni siquiera había encontrado graciosa aquella situación. ¿Por qué habría sonreído?

-Venga, echa a volar a Gon. ¿A qué esperas?

-Mh. Voy.

Narla miró hacia el horizonte, dio tres pasos hacia atrás y, cogiéndose impulso, corrió hacia la baranda de piedra del balcón y, finalmente, lanzó el pájaro de papel hacia la playa de abajo. Sin embargo, justo en aquel momento, una racha de viento sopló desde el océano en dirección hacia ellos y el pájaro salió disparado hacia atrás y se estampó contra la pared de la casa, cayendo desplomado en el suelo.

-Mierda. ¡Vaya puta mala suerte! - exclamó ella, dando una patada en el suelo que no tenía nada de femenina. Cuando se dio cuenta de las palabrotas que había soltado, se llevó ambas manos a la boca, esta vez en un gesto más femenino y recatado. Loth se encogió de hombros y agarró el destrozado pájaro de papel del suelo.

-Iges agy Tonbes. Inonë-sa.

De repente, pudo notar un deje algo melancólico en su voz. Parecía cómo si, al observar a aquel pájaro caído, hubiera recordado algo de su vida. O bueno, quizá era todo un teatro. Seguramente se trataba de lo segundo.

-¿Cómo?

-Volar y caer. Así es la vida.

-¿Y cuál era ese verbo tan importante? - no pudo evitar preguntar.

-¿Tú cuál crees?

-Iges - respondió, sin pensárselo dos veces, como si fuera algo natural - Volar.

-Correcto. ¿Sabes? Iges es el nombre más común entre los niños del país de Ort. De hecho, mi padre se llamaba así.

Loth observó cómo, por primera vez, la niña se sentía genuínamente interesada por lo que él estaba contando. Abrió su pequeña boquita, junto con sus grandes ojos azules. Sus labios temblaban levemente. Era un gesto adorable.

-¿Eres del país de Ort?

-Soy de muchos sitios y de ninguno a la vez, pero si te refieres a si nací allí, así es - contestó, de forma deliberadamente enigmática - Como hija de comerciante habrás viajado mucho, supongo.

-No, mi padre nunca me deja ir con él - se sentó en la baranda de piedra, al lado de Loth, y prosiguió, con los brazos cruzados - Es un imbécil. Se cree que voy a ser un estorbo, seguro.

-No le quito la razón.

Narla se giró hacia él e infló los mofletes, indignada. Aquel gesto le hizo muchísima gracia, pero aquella vez prefirió no estallar en carcajadas. Ya se había reído suficientemente aquel día. Todas las cosas tienen que tener un límite. Y también su actitud dura e intransigente. Ahora tocaba acariciar el lomo de la gatita, si se dejaba.

-¿Y por qué quiere tu padre que aprendas la lengua de Ort? - preguntó, aunque ya supiera la respuesta de antemano.

-Eh... - la niña se meció los cabellos con sus delgados y níveos dedos, algo nerviosa - Esto ya no es la clase. ¿Verdad?

Le estaba pidiendo permiso por algo, de forma natural. Eso era una buena señal.

-Aún lo es, pero puedes hablar con franqueza. Adelante, no te cortes un pelo.

---------------

(to be continued)







No comments:

Post a Comment